lunes, 26 de octubre de 2009

"Acá reina la cultura del vivo"

Por Víctor Núñez

Bien podría decirse que cuando uno se encuentra ante la adversidad, es donde realmente se ve a las personas. ¡Qué personas! Es donde se ven a los hombres, de aquellos que no se derrumban así nomás. En esta historia no hay papito, ni mamita, ni casita. Tampoco se ve ni sangre, ni sudor, ni lágrimas. O quizá sí se vea una. O dos…


Cuando lo conocí, como a la mayoría que alguna vez se topó con él, me llamó la atención su acento. Su acento y sus ademanes. Para un jovenzuelo que cursaba la facultad de Estudios Generales Letras, cuya edad promedio se maneja entre los 17 y 18 años, era una rutina conocer a un muchacho(a) que no deje de decir al menos “manyas” u “o sea”, al menos, unas veintiocho veces al día.


Pero Fredy Bautista Guevara es distinto. O al menos lo parece. Y su diferencia no radica en su vestimenta algo formal cuando acude a clases. Gorros y shortcitos por aquí, lentes de sol y un polito apretado que dibuja un "Billabong", "Doo" o "Rip Curl" por allá hacen de esta Facultad un carnaval de competencia por tener el cetro del mas "cool" "fashion", según el rango.


-¿Con qué se come eso?- me pregunta, mientras señala un polo guinda. Siempre con el dejo tan característico y con su tendencia a “sesear” las palabras.

-Son marcas de polos- respondo, sin darme cuenta que yo también uso una prenda cuyo símbolo es un cangurito simpaticón de la lejana Australia. Ahora tiene 22 años. La costumbre hizo que asimilara todo esto. Caballero nomás.


De pequeño

Fredy cursó estudios de Inicial en el Jardín de San Pedro, en el centro de la Ciudad del Cusco. Cursó la primaria en el colegio Luis Vallejos, el cual era el más cercano a la casa de sus abuelos por parte de padre. Este centro educativo se localiza en la urbanización Independencia, ubicado al norte de la ciudad.


Luego estudió secundaria en el afamado colegio Salesiano Don Bosco de Cusco, después de haber intentando en varios centros educativos por si las moscas (ya que su mamá quería asegurar su ingreso). A ella no le faltaba razón porque el Salesiano pesa, y mucho. Tiene una gran demanda de alumnado, por lo que hay un examen de selección, que consta de una prueba de conocimiento, las notas académicas de otros colegios y el comportamiento o conducta.


“Había mucha vara y el examen no necesariamente determinaba a los verdaderos ingresantes” me dice, con sus manos llenas de vitalidad. Al final, llegó a alcanzar vacante, porque obtuvo la nota más alta. El pequeño Fredy ya se destacaba. No había modo que lo rechacen, ni de a vainas.


Cachuelos

En la Sierra se trabaja por necesidad desde pequeño. Pero Fredy no necesitaba la plata, él era un cholo con dinero; de las familias más respetadas de la Ciudad.


Pero trabajó. Fue ayudante en una escuela del Español en vacaciones de verano, donde conoció gente que se desenvuelve en un mundo distinto.


"Había bastantes alumnos israelitas e iraquís. No es lo mismo ver a un iraquí en su ciudad natal, que a uno que reside en el mismo Cusco. Siempre hay diferencia en cómo te desenvuelves en tu propio territorio a que en otra ciudad”- me comenta.


Cuzqueño en el desierto

Es en julio del último año que cursaba el colegio (2004), cuando decide por cuenta propia hablar con su profesor de Lengua y Literatura del Salesiano, quien era admirador del trabajo que se realiza en la PUCP. Según Fredy: “sus clases siempre se adecuaban a las nuevas perspectivas y tecnologías en la materia de la Lingüística, como la PUCP”.


Sus papás no tenían mayor opinión a la hora de escoger una universidad; otra vez Fredy se les adelantaba: había averiguado prácticamente todo sobre la estadía, comida, es decir, gastos en general para un eventual arribo a Lima.


Ya para marzo del 2005 logra el ansiado ingreso a la PUCP con buena nota para variar. Así, Fredy decide quedarse en la casa de su amigo, debido a la cordialidad que su nueva familia le brindaba (ellos eran sus paisanos).


Sintiendo sutilmente la pegada

Los expertos dicen que lo que realmente uno extraña cuando se va de casa es la comida. Y Fredy no fue ajeno a esta situación. En Cusco, los platos se basan generalmente en carnes (de res, de cordero) y el acceso a ellas en Lima es mucho más complicado. En el menú limeño no se suele emplear la carne de la manera tan presente como se usa en el menú cusqueño.


En esta sociedad, las personas son mucho más abiertas, “la gente no se distancia demasiado porque quizá inconscientemente sabe que te los vas a encontrar”, afirma Fredy. En Cusco, “el vendedor es mucho más cordial y no agacha la cabeza de manera huraña, no se limita tan solo a distribuir el producto”.


Y continúa “Acá yo he saludado a gente, y no me han respondido”. Por ejemplo en el edificio que él vivía, “tú te los cruzabas (los vecinos), y para mí es difícil ver pasar a alguien que conozco, y no saludar, es una falta de respeto; yo decía ‘Buenas tardes’, pero la gente no te responde”, y proseguía: “allá la gente es más asequible, abierta, no son tan secos”.


Para ‘Bauti’, que es como la mayoría de sus amigos lo llama, acá reina la “cultura del vivo”, a diferencia a la del “criollo”. En Lima siempre se confunde estos términos, pensando que son iguales para calificar el comportamiento de una persona.


Y no es así: la diferencia principal radica en el hecho que por un lado, “el vivo se aprovecha porque puede abusar”, mientras que el criollo “es pícaro, porque le encuentra una gracia”. Por ejemplo las colas, en la que siempre está la persona que quiere colarse, y sobre todo de aquellas que se jactan de ser mayores o ancianos y que merecen mayor preferencia, cuando en realidad no lo son.


También en el caso de dar el asiento, en Cusco sí dan el sitio a personas que suben al vehículo con algún niño. No hay un “asiento preferente”, las personas voluntariamente lo dan. Todo lo contrario a Lima, donde cada autobús tiene un letrero en la ventana que dice: “Asiento Reservado”, y que, te obliga a dar el asiento cuando sube algún pasajero inválido, anciano o en estado de gestación. “En Cusco, no se necesita de ese letrero para dar asiento”, afirma.


Según Fredy, acá la gente es más suelta, “más entradora”, mientras que allá sólo se llegan a saludar, pero de ahí a que dos extraños lleguen a conversar es bien difícil. Por otro lado, en Lima las personas, a pesar que no llegan a saludar, son más extrovertidas, más abiertos, más elocuentes. En Cusco, “a la gente como que no le gusta hablar mucho”.


Dentro de esta provincia, hay una gran distancia entre las personas de la Ciudad y las que viven en el Campo, alejadas de todo bullicio. Allá se llegan a burlarse bastante del campesino. En las clases más pudientes, se utilizan frases despectivas hacia los mismos campesinos como “sí, papá”. “Parece que como si pertenecer a la ciudad diese un status diferente”, afirma un tanto indignado.


No fue tan difícil como pensó

Para él, fue bastante sencillo el acoplarse a la cultura limeña (a excepción de los factores comida y clima), pues desde pequeño se ha acostumbrado a desempeñarse solo, sin nadie que lo presione. Es por esto que no llega a extrañar del todo a su familia, como la mayoría de personas que se ve en la decisión de dejar su tierra por diferentes motivos.


En el tiempo que duró su estadía en la casa de su amigo, no hubo mayor problema en cuanto al trato. Así, compartían las mismas costumbres, a pesar que la familia de su amigo era completa, y él era prácticamente un intruso.


Fredy me cuenta, a manera de profesor, la diferencia que existe entre los muchachos que provienen de la Sierra Sur y los que provienen de la Sierra Central.


“Los jóvenes de la Sierra manejamos un lenguaje distinto, cuando hacemos grupos, a nosotros nos llaman ‘Los Cusqueños’, mientras que los otros muchachos son llamados ‘Los Chancas’. Los primeros nos formamos más rápido, pero también dentro de los sub-grupos somos más cerrados. En cambio, ‘Los Chancas’ se forman de manera mucho más lenta, pero abierta. Entre ‘los Cusqueños’, a pesar que somos un poco más de la mayoría no llegamos a ser un grupo enteramente armonioso.”


En cuanto a sus amigos que también provienen de Cusco, él no llega a encontrar una posible “alienación” hacia los estereotipos que hay en Lima. Quizá porque como él mismo lo afirma, sus amigos están bien seguros de dónde provienen y no sienten ningún temor el decirlo frente a los demás. No hay paltas para ellos. “Los muchachos sólo han madurado, no se creen ni más ni menos desde que vinieron de la Sierra”.


Cuando le pregunto por sus gustos musicales, debo admitir que prejuzgué un tanto a Fredy. Pensé que me daría, al menos, una triada de cantautores de huayno. Craso error, me equivoqué una vez más: no es de escuchar este tipo de música; se deleita con melodías más instrumentales, donde la guitarra es la que predomina, “como García Zárate” finaliza.


Así es ‘Bauti’, como buen cusqueño, no se deja amilanar y vislumbra con un buen panorama el futuro que le resguarda. Ha vivido solo por casi cinco años y no echa de menos a nada, ni a nadie. Total, como dicen algunos: "el hombre nace y muere solo".

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