viernes, 30 de octubre de 2009

La Gaviota que encaró al gavilán

Detalles de la carrera de una ex agente clave en la captura de Abimael Guzmán


Dieciséis años atrás, Cecilia protagonizó, junto al entonces capitán PIP Julio Becerra, el instante más crítico del operativo que los detectives del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) desplegaron para apresar al líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán Reynoso.


Simulando ser enamorados, Cecilia y Julio aguardaron junto al escondite de Guzmán en un almacén, hasta el instante crucial: el forcejeo con la vigilancia senderista que les permitiera el ingreso a la guarida de su máxima autoridad.


De aproximadamente 1.72 de estatura, cabello corto y tez trigueña, mirada serena y a la vez desafiante, Cecilia Garzón es una persona que odia las injusticias, aunque paradójicamente haya tenido que asimilar muchas. Desde sus desencuentros con “jefes abusivos y mañosos”, hasta la ingratitud del Estado Peruano, que no le ha reconocido hasta hoy, al igual que a los otros GEIN, el sacrificio de haberse expuesto a los excesos de Sendero Luminoso, por la patria.


El encuentro cara a cara con la cúpula senderista le dio a la vida de "Gaviota" -en ese entonces el alias operativo de Cecilia- un giro de 180 grados, aunque no lograra el reconocimiento que se hubiera esperado para quien, junto a sus compañeros, abrió el capítulo final de una intensa lucha contra la más sanguinaria organización terrorista que haya conocido el Perú.


Años de experiencia en el seguimiento de terroristas y una carrera dedicada a la investigación policial han moldeado un carácter sobrio, pragmático y un espíritu profundamente idealista en ella. Es dueña de una larga trayectoria como policía de investigaciones, propietaria de una casa grande y acogedora en Pando –San Miguel – y forma parte de un feliz matrimonio, fruto de horas de trabajo conjunto con Julio Becerra, hoy comandante PNP, durante su labor en el GEIN.


Cuando aún cursaba la secundaria, la hoy suboficial brigadier PNP no imaginó, ni en la más pretenciosa de sus fantasías, formar parte de la hasta entonces Policía de Investigaciones del Perú (PIP), pues según relata, tenía planes de viajar al extranjero y no cumplía con el perfil de un policía.


“Mira, te diré que yo nunca pensé trabajar en la policía. Cuando estaba en la escuela era una chica demasiado tranquila. Soy una persona bien parca, muy poco comunicativa y era introvertida. Llegué a ese colegio porque vivía al frente, en Miraflores. En sí, nunca pensé salir del colegio para postular a la policía, nunca lo pensé. Tenía planes para irme al extranjero, pero las cosas no se dieron”, cuenta Cecilia.


Una de sus compañeras de la secundaria Elvira Rodríguez Lorente, recuerda a una Cecilia sencilla y estudiosa. “Era tranquila, conversaba conmigo, pero yo era la habladora. Siempre supo escuchar. Aunque nunca pensé que se convertiría en policía, porque no era una persona dura y yo veía así a los policías”, cuenta Ruth, también policía, egresada, pocos años antes que Cecilia, de la desaparecida Guardia Civil (GC).


Su carrera, como la de muchos de sus colegas, tomó forma en un contexto de conflicto interno. Si bien la intención de hacer investigación la desarrolló en la escuela PIP de la avenida Aramburú, en San Isidro, las circunstancias en la que en ese entonces se empezaba a hacer carrera en la PIP la alentaron a desenvolverse en un ambiente más activo que en una oficina repleta de documentos.


“Me gustó mucho el riesgo, a mí me encanta la adrenalina. Para mí más importante que la teoría es la práctica. Me gusta la práctica. Puedo estudiar lo básico, pero para mí más es la práctica.” Así define Cecilia las motivaciones que la sacaron del trabajo de oficina al trabajo de calle.


La enérgica Cecilia Garzón quería sentirse de inmediato como policía de investigaciones, trabajar en la calle, donde las emociones son más intensas, según describe. “Yo pienso que cuando uno sale de la escuela tiene que comenzar con lo más fuerte, para que poco a poco vaya avanzando. Y esa era mi meta. Me fui a los Deltas, trabajando en las unidades operativas. No me gustaron las unidades operativas mientras estuve trabajando ahí.”


Durante su permanencia en el grupo Delta 3 –grupo especial contraterrorista- reconoce haber pasado más tiempo en los calabozos, cuidando a cuanto terrorista o delincuente común cayera preso, que sentada frente a un escritorio. “Hice medio año de calabozo cuidando terroristas, cuidando gente: vas aprendiendo su manera de pensar, primero aprendí de los terroristas.”


Cecilia solía conversar con esas personas ya prendió sobre la psicología y mentalidad senderistas. En ese tiempo, aunque no resultó ser el más grato para ella debido a las discrepancias con sus jefes, se intensificó su interés por acabar con el terrorismo y perfiló, tal vez, desde entonces, las herramientas que más tarde tendría que utilizar para anticiparse a los escrupulosos movimientos de Guzmán y su gente.


Fue recién tras el pedido del fallecido coronel Tumba, asesinado por SL, que Cecilia ingresa al GEIN. “Tuve suerte de salir de un sitio del que ya estaba cansada, un cuartucho maloliente, lleno de papeles. Me desesperaba, no era mi lugar. Así que cuando hubo la oportunidad de que me dieran a elegir si me quedaba o irme a la DIRCOTE, preferí irme”, cuenta.


“Me insistían –mis compañeros y superiores- diciendo ‘tú sabes que la DIRCOTE es zona de castigo, están en mucho movimiento por el terrorismo’, y a mí no me importaba. Les decía ‘allá voy a aprender, peor es que me quede, ¿qué puedo aprender acá entre papeles?”, recuerda Cecilia, trayendo a cuento el temor que marcó a toda una generación de agentes PIP, el mismo que invitaba a algunos pocos en vez de rehuir, a enfrentarse a un tipo de criminalidad para el que no habían sido preparados ni en la escuela, ni en ningún otro lado.


Según dice, desde que entró a trabajar a la policía en el año 85, se preparó arduamente para esa tarea, aunque, como ya se mencionó, sin saber que terminaría formando parte de un grupo altamente especializado. “Corría riesgo, pero no me importaba, porque tenía una meta y tenía un objetivo, que era la captura de Abimael”, comenta.


Aun cuando los méritos de los GEIN ya se han hecho públicos a través de algunos medios, como las revistas Caretas y QuéPasa, la misma PNP no ha logrado conciliar sus diferencias internas –lucha de códigos: Guardia Civil (01), PIP (02) y Guardia Republicana (03)- y siguen tratando a Cecilia y sus compañeros con escasa gratitud. “A pesar de que como policías hemos hecho este trabajo, lo que siempre voy a criticar es que no sepan reconocer… desintegraron al GEIN por celos propios”, afirma indignada, Gaviota.


El dinero de recompensa fue insignificante, como Cecilia da fe, pero lo único que la hubiera alegrado es que su institución la ayudara a superar su infertilidad, contra la que hasta ahora sigue luchando. “Todo dediqué por mi trabajo, desperdicié todo mi tiempo en mi trabajo, perdí el momento de ser madre. No tengo hijos por eso.”


Y aunque no se arrepiente de su trabajo, lamenta que al haber querido tener hijos ya no haya podido. “Estuve con el doctor de infertilidad, cuesta caro. Nadie –en la PNP- fue capaz de decir ‘usted tiene tratamiento gratuito hasta que quede embarazada.’ ¿Y de qué me valió todo eso –mi esfuerzo?, porque tengo una casa vacía, no tengo hijos.” No consigue, Cecilia, evitar la amargura en medio de sus palabras.


Le gustan los animales y las plantas. Disfruta de la cocina y limpiar la casa. Hace deporte. “Me ayuda a despejarme”, dice. Pese a haberse habituado a la vida hogareña, prefiere la actividad de su carrera. Ha elegido Palacio de Gobierno para culminar sus obligaciones como policía. Uno de los pocos beneficios que le han reconocido es elegir por el resto de su carrera el lugar en donde desea cumplir con su servicio.

En estos días, en que Sendero Luminoso ha adquirido características distintas a las que ella conoció para atrapar a Guzmán –debido al acercamiento de SL con el narcotráfico- Cecilia no le pierde el rastro y está decidida a prestar sus servicios si se lo piden otra vez. Para ella, lo más importante es impedir que se le haga daño al país y sentir la adrenalina de enfrentarse nuevamente a sus viejos adversarios, a los que ha dedicado su vida a comprender y a combatir.


“Si me dijeran ‘vuelves a ir’, me podría ir a Tingo María y no me importaría, pero tendría que estudiar la zona. Me gustaría ir a trabajar allá”, afirma con absoluta seguridad. “No es justo que nos pueda amedrentar ese tipo de personas, que sigan y quieran seguir haciendo daño”, sentencia.


La vida de Gaviota hoy transcurre apacible, y antes que nada, en espera de que la vida le dé la oportunidad de llenar su espaciosa casa con la sonrisas y alegría de sus propios hijos, quienes sin duda heredarían, más que una casa, una formación rica en valores democráticos y respeto por la vida humana.


¿Congresista? ¿Agregada policial? No lo sabe bien aún, pero ambas opciones están entre sus planes. El futuro de Gaviota quizás nos sorprenda una vez más, como aquel 12 de setiembre, cuando un empujón de puerta, un tiro al aire y las súplicas de un rendido senderista que exigía que acabaran con su vida –ante lo que ella se negó-, dieron paso a la historia de un Perú en paz y, a la vez, enorgullecieron a su institución, a la que, pese a todo, sirve con mucho orgullo y compromiso.


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