lunes, 2 de noviembre de 2009

Fiesta en honor a la Santa de la avenida Tacna


El habitante limeño hace un alto a su vertiginosa actividad diaria para visitar
el Santuario de la avenida Tacna y alrededores: la antigua casa y el barrio moderno de Santa Rosa de Lima. Una de las avenidas más convulsionadas de la ciudad se amansa ante su presencia y se ofrece como punto de encuentro para la variopinta asistencia de fieles a esta anual y popular fiesta.

El carro que conduce a la avenida Tacna va inusualmente lleno este domingo. Muchos de sus pasajeros son mujeres, preparadas por lo visto para algo especial, maquilladas y decorosamente vestidas, tres de ellas con niños en brazos. El sol pinta todo lo que toca, y le devuelve el color a lo que bajo el cielo gris de Lima parece haberlo perdido.


El calor humano compite con el calor ambiental del interior del microbús. El carro va lleno, aunque no como un típico transportista de Lima lo entendería: no hay codazos, ni pisotones, ni una voz sargentona diciendo que 'al fondo hay sitio'. Además, las vías están libres, o al menos las que conducen al centro de la ciudad, donde seguramente por ser 30 de agosto acabará la fluidez con la que hasta ahora se avanza.

Y, efectivamente, eso es lo que ocurre. A cuadra y media del puente Prolongación Tacna, un contingente de policías motorizados agita las manos hacia su derecha, indicando que desde ahora el microbús tendrá que seguir su ruta por la también congestionada avenida Abancay.

En seguida, la vieja unidad de la línea 104C se queda casi vacía. El murmullo de los pasajeros indica muy poca sorpresa ante lo que ven, e incluso se puede oír a un niño decir "mamá, ya llegamos". Así es, llegamos a la gran fiesta de Santa Rosa de Lima, cuyo núcleo es la iglesia que lleva el mismo nombre y se erige a media cuadra del final del puente.

El brillo solar revela más expresivos que nunca los rostros de los limeños, tanto que no cuesta adivinar lo que dicen al conversar entre ellos, como aquella señora que indica con la mirada a su esposo no comprar aún los sobres de carta de Santa Rosa, sino "más allacito".

Como orbitando entre los policías, no menos de cinco ambulantes ofrecen sus productos a los recién llegados, quienes tendrán que seguir a pie el recorrido hasta la iglesia que forma parte del Santuario de Santa Rosa. Dos o tres de los comerciantes intervienen a las familias con el brazo extendido y un ramillete de sobres de carta en la mano que llevan impresa la imagen de la Santa del 30 de agosto.

Pulseras, figurillas, medallas, o incluso "conozca su peso al paso" ofrecen los ambulantes, apostados en la berma central y las veredas laterales del puente bloqueado. Según cuenta un vendedor, "el alboroto empezó a las diez de la mañana, como cada año, siempre es así".

Tras el puente, a lo lejos, se divisa una muchedumbre que se extiende hasta la avenida Colmena, varias cuadras más abajo. Se empiezan a oír bombardas, que hacen eco entre los viejos edificios de la avenida Tacna. El estruendo acelera el ritmo cardiaco y hace caminar más rápido a algunos, como obligados a no llegar tarde a una cita importante.

Una señora no menor de sesenta años utliza la fachada de la iglesia para ir escribiendo su carta dirigida a Santa Rosa. A su vez, van apareciendo por la vereda madres y novicias, a quienes no se les ve a menudo por las calles de la convulsionada avenida Tacna, pese a que habitan el Santuario.

Muy cerca de ahí, una rejilla de acero sobrepuesta divide en dos la vereda contigua a la iglesia, canalizando el ingreso al patio exterior de la contrucción. El panel colocado cerca de la entrada ayuda a los visitantes a seguir en procesión la imagen de quien fuera en vida Isabel Flores de Oliva.

Ya adentro del Santuario, repartidos por doquier, los fieles se agrupan conforme a la tradición con la que prefieren cumplir primero. Esta la señora que arroja monedas al techo de un cubículo de vidrio que protege el diminuto recinto en el que, según se dice, Santa Rosa acostumbraba orar. Y hay el padre de familia que, tras una espera aproximada de 40 minutos, recorre impaciente el último tramo de la cola que conduce al popular Pozo de los Deseos.

La hora avanza, se oyen campanilleos que indican el final de la misa celebrada en la capilla y la gente agiliza las manos, escriben sus cartas como pueden y donde pueden. Incluso la espalda de un familiar es adecuado para terminar de plasmar en el papel los deseos que la dueña de casa deberá cumplirles en el transcurso del año siguiente; desde luego, conforme a su fe y a sus buenas obras.

Algunos de los visitantes que abandonan el Santuario no parten sin antes echarle ojo a una habitación, en cuya fachada un letrero marmoleado anuncia "Santa Rosa de Lima nació en este lugar el 30 de abril de 1586". Entre murmullos, miembros de una familia se preguntan si alguna vez el recinto pudo recibir visitas, y no como ahora, que tiene las puertas bloquedas por puestos improvisados de adornitos religiosos.

Ya son las dos con cinco y las sombras de los edificios más altos de la avenida Tacna refrescan el ambiente impregnado de olor a incienso y carne a la parrilla. Poco a poco parece haber más ambulantes que transeúntes, pero la cola que conduce al Pozo sigue creciendo, llegando a bordear ocho cuadras hasta la avenida Chancay, a espaldas del Santuario.

A estas alturas se nota ya el cansancio de los muchos que aún esperan su turno para arrojar su carta al Pozo. Los niños se muestran exhaustos, como aquella que toma las piernas de su padre y se aferra a ellas, apoyada en los empeines para no caminar más. Y no faltan quienes aprovechan de esto para vender espacio en la cola al módico precio de "dos luquitas" si se desea avanzar algo, y hasta cuatro, si se quiere liderar la fila.

Ajenos a ese mundo que suelen ser las colas, varios policías participan de una ceremonia en honor a su patrona. Ellos también cuentan con su imagen santa, muy aparte de la que tiene el Santuario y que seguramente continúa ahora en procesión por el centro de Lima. Su 'Santa Rosa' viene de Radio Patrullas de La Victoria y la han ubicado a escasos metros de su hogar simbólico de la avenida Tacna, en medio de la pista todavía bloqueada.

Los hay de tránsito, a caballo, de explosivos y operaciones especiales. Los policías han tomado el primer segmento de la avenida Tacna para ofrecerle un espectáculo de bandas y compañías de desfile a la Santa. Algunos civiles se integran a ese homenaje y se dan el gusto de apreciar la solemnidad de marchantes en edad escolar y, en especial, el cierre protagonizado por palomas que recuperan desesperadas aquello que simbolizan: la libertad.

Dan las tres de la tarde y el tráfico en la avenida Tacna se restablece. Una vendedora de cartas que camina al costado de la aun extensa cola del Pozo ofrece su mercancía a otra mujer, corpulenta, blancona y con el cabello teñido hecho un moño. "¡Ya estamos grandecitos para eso!", replica y, sin detenerse, agrega "es que Dios está en mi alma", mientras ríe y se aleja ante la mirada perpleja del público y la vendedora.

El movimiento es cada vez menor a las afueras del Convento. A tres cuadras, la 'Santa Rosa' del Santuario visita la Iglesia de Santo Domingo, donde siglos atrás la joven Flores de Oliva se ordenó de dominica. Ahí, la multitud agotada de tanto caminar le sigue los últimos pasos al anda, tras esperar el final de otro homenaje preparado por la comunidad de esa parroquia.

A muchos la hora del almuerzo se les ha pasado de largo y empiezan a codearse entre compañeros y familiares, ya no solo por ver entre el tumulto de cabezas a la Santa, sino para proponer su idea de menú dominical. Es momento de aguzar el olfato y dejarse llevar por la humareda que emana de las parrillas de anticucheras, dispuestas en calles angostas como jr. Ucayali.

El nuevo punto de encuentro es cada callecita o estacionamiento en el que se ofrezca comida criolla, tan típica de la ocasión como lo es el rachi, el choncholí o la 'papa con ají'. Hay, desde luego, quienes prefieren irse al Norky's, Roky's, o alguna otra pollería que, talvez sin quererlo, insinúa tener un solo dueño con la "'s" final que le añade a su nombre.

Pero la tradición se impone. En toda una hilera cubierta de coloridas sombrillas, el comercio fluye entre anticucheras y transeúntes. En delantal y gorrita blancos, ellas toman aire y pronuncian potentemente cada nombre de su oferta culinaria. Compiten, y mucho, pero una vez ganado y despachado el cliente, cuchichean fraternalmente entre ellas "¿cholita, a qué hora te quitas?", "hasta las últimas, negra".

Se han ganado un puesto del jr. Ucayali asociándose y madrugando. Por eso, no extraña que sean tan territoriales. La misma morena enorme que con voz maternal minutos antes te ofrecía "pregunta nomás, amiguito, a sol el panchito", la puedes ver ahora repeliendo a la competencia improvisada que le sale al paso. "¡Fuera de aquí, vienen a malograr el negocio nomás! ¡te estoy advirtiendo, ah!".

Para muchos, el día ha concluido. En un parque aledaño a la iglesia de Santa Rosa, algunos se hacen la "carita pintada", otros pasean en chachicar y hay quienes se refrescan en la pileta. Solo los ambulantes le exprimen todo lo que pueden a los últimos instantes de la festividad.

Pese a tenerlo prohibido, un ambulante se cola en el parque. De inmediato, le caen de todos lados agentes del municipio. No le queda otra, se retira y aguarda a las afueras. Talvez los serenos se descuiden nuevamente y pueda vender más tarde sus adornos junto al resto de vendedores empadronados del parque.

Atardece y el sonido del parque automotor limeño se impone otra vez ante la bullanga ciudadana. La puesta de sol vuelve a ensombrecer el asfalto de las calles, testigo mudo de peregrinaciones, colas, oraciones y ronroneo de viejos microbuses.

Es hora de esconder los rosarios, las figurillas sagradas y las buenas costumbres, porque aquí es muy importante ponerse 'moscas'. Aquí, en una ciudad difícil de habitar, donde la criollada convive paradójicamente con el más intenso fervor religioso.

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