lunes, 16 de noviembre de 2009

En defensa de la Tigresa

Por Gonzalo Silva Infante

Se supone que cuando un periodista va a entrevistar a alguien, se sugiere que el entrevistador se empape de toda la información posible sobre su interlocutor. Así podrá hacerle preguntas pertinentes, descubrir cosas que cree que pueden ocultar, desarrollar un tema que pueda parecer simpático, incluso conocer un poquito más a la persona.


Jaime Bayly y Beto Ortiz, dos de mis favoritos, pareciera que no hicieron la tarea antes de entrevistar a “La Tigresa del Oriente”. Estoy seguro de que no han entrado a su blog o a su página oficial para quedarse unos minutos por ahí, viendo sus videos, leyendo sus posts, que nos cuentan quién es Judith Bustos.


Aunque tenga no sé cuántos años (tiene muchos de seguro), es más ingenua que la protagonista de la canción “Fabricante de mentiras”, esa incauta que le entrega, casi sin darse cuenta, su virginidad al casanova experimentado. Ya, igualita a la Tigresa, que nunca buscó la fama, que solo quería cantar y que no comprendía por qué la llamaban desde el extranjero, incluso, para firmar contratos. Ella solo quería cantar.


Hay que viajar un poco por el interior del país para tener un esbozo de cuál es la idiosincrasia de nuestro compatriotas. Hay que tener un poco de sensibilidad, también, para sorprenderse con las ideas tan puras, tan limpias de ambición y tan llenas de fe en lo que uno hace para poder entender a Judith.


¿Judith o Tigresa?, ni ella sepa, probablemente, quién es. Parece que no puede concebir que no la comprendan, que es una simple maquilladora y si se convierte en la Tigresa es solo para alegrarle las vidas a los demás. Ella cree en sí misma, ella sí concibe esa idea. Pero lo más inteligentes, los líderes de opinión pública, sin ser malos, sin querer hundirla, se terminan aprovechando de su nobleza, de su desdoble de personalidad, que no es un síntoma de locura, que no es esquizofrenia, y sin que ella se dé cuenta, de nuevo se burlan de la señora.


Es como si te fueras a un país en el que no hablan tu idioma, en el que no entiendes nada. De pronto, una persona se acerca y te empieza a hablar, de buenas maneras de repente, pero a cada palabra que dice, se sonríe y la gente que está a los alrededores suelta, cual cacatúa, sonoras carcajadas. Sabes que se burlan de ti aunque no sepas cómo ni por qué, y te defiendes pues, es el instinto de supervivencia que tenemos todos, los animales sobre todo, la Tigresa, claro.


Es recomendable leer la carta abierta que escribe tras su pelea con Ortiz. Aunque no tenga razón en acusarlo de mellar su imagen porque, ciertamente, el buen Beto no dijo que esté loca o dio un juicio (ficio) moral acerca de quién es Judith Bustos, en esa carta –en la que se debe leer sin el complejo de corrector de ortografía que muchos tenemos- vamos a descubrir a la verdadera mujer que puede encontrarse detrás de la Tigresa o de Judith, que también se convirtió en un personaje público y, aunque esa no haya sido la idea original, ya lo hizo.


Es muy probable que todos nosotros (ilustrados, que han pasado por un buen colegio, una universidad, que leen mucho, como esta revista) hayamos escrito una carta cuando teníamos 7, 8 ó 9 años, o la edad suficiente para todavía creer en este mundo. Si pudiéramos encontrar esas cartas (a Papa Noel, a la chica que te gustaba, a tu papá para pedirle perdón porque jalaste un examen, a tu abuelito que falleció esa tarde o a Santa Rosita el 30 de agosto), si las pudiéramos releer, compararla con la carta abierta de Judith, entonces comprenderíamos que alguna vez fuimos inocentes y que lo único que queríamos era decir lo que sentíamos, sin complejos, con la más tierna sinceridad que alguien haya visto jamás, con los errores ortográficos propios de la edad, cómo no.


Si pudiéramos leer eso nos sentiríamos mal por habernos burlado de una mujer que solo quiere ser feliz.


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