lunes, 9 de noviembre de 2009

“UNA MOCHILA AL HOMBRO Y LAS GANAS DE LO INCIERTO.

Testimonio de un viaje, realizado por Glenda Huerto Vizcarra (23), en donde el itinerario es nuestro interior.

Por César Caballero

“Que difícil esto de ponerse a contar una vida o un solo viaje” nos dice Glenda, estudiante de antrpologia de la PUCP, quien aún no se había atrevido a procesar todo lo que sucedió y lo que significo lanzarse a esta aventura por tierras lejanas”.

Hay una canción que me hace recordar cómo empezó toda mi travesía, es algo así como “I can see you’re out of asses...” (Puedo verte sin un As). Sin saberlo o quizá sabiéndolo, mi vida llegó a un punto donde los ases se acabaron o nunca estuvieron en mi mano. Recordando hoy, esa fue una de las razones que me motivó a aplicar para una beca a Japón. Si bien se puede decir que a veces una hace las cosas por hacerlas, siempre hay una razón oculta.

El viajar a Japón no fue solo una experiencia para conocer una realidad distinta y distante sino también para hacer un insight (visión interna) en mi vida.

Todos se preguntarán ¿Cómo lidiar con un país del cual conoces tan poco y del cual no manejas su idioma? Ese creo que fue el reto, fueron dos niveles de conocimiento, compenetrados y complementarios. Aprendí desde lo más elemental, a usar los Hashi (palitos) y comer sushi y sashimi. Hasta lo más complejo e importante como sus costumbres culturales.

A medida que pasaba el tiempo se armaba el rompecabezas: las piezas cobraban. Obviamente comenzar de cero con el idioma, nos dimos cuenta que más aprendíamos cuando estábamos fuera de los salones de clase. Es que al comenzar lo primero que te enseñan son los modos formales, demasiado formales de hablar mientras que en el mundo real, la situación es otra.

En una de las excursiones que tuve con la universidad pise por primera vez un templo japonés, sin zapatos obviamente, el sentimiento fue entre estremecedor y paz infinita. Al separarme un poco del grupo escuché unos pasos sigilosos, una gran fila de monjes se desplazaban en mi dirección. Fue como una brisa tranquila que pasó por mi costado. En ese momento no conoces mucho de la religión japonesa, de los templos, de la vida en ellas y el interés surge -lo comienzas a entender en otro nivel-. Al siguiente templo que vas, ya no lo haces con tanta curiosidad turística, lo haces con cierto respeto y te amoldas a las reglas, a los saludos, como si se volvieran parte de ti.

Te vuelves parte de, pero a la vez sigues siendo diferente, eres un alíen con tarjeta de identidad. No importa si dominas el idioma o no, siempre serás el otro. Increíble la reticencia a reconocer que por más extranjero que fueses puedes hablarles en su mismo idioma. Yo no tuve ese problema porque mi nivel era elemental y, es más, me alegraba que me hablaran o en inglés o en castellano porque por alguna razón entraba en pánico cada vez que alguien se dirigía a mí en Nihongo (idioma japonés; Nihon: Japón- Go: idioma).

Bueno tuve la oportunidad de viajar dentro como fuera del país nippon. Conocí Okinawa, Tokyo, Hiroshima, etc. Y tambien fuera, el primer destino fue China. Con este país hay toda una historia detrás que se remonta hasta mi infancia y esa alternativa se presentaba como la oportunidad perfecta de concretar un sueño y conocer otra realidad. Ese viaje lo hice con dos amigos sudamericanos: el trío de latinos que salió a conquistar la Gran Muralla China. El viaje lo hicimos en ferry y ¡que increíble! Por más que haya sido un viaje de 2 o 3 días fue también una oportunidad para conocer gente linda.

Al menos comparado con Japon. Llegar a Shanghái fue reconectarme con mi esencia limeña. Era un caos total. Un desorden particular que se me era extrañamente familiar. Ubicarme dentro de la ciudad fue más fácil de lo esperado. Shanghái es una ciudad portuaria por tanto con gran contacto al mundo externo, mucho turismo, a todas luces se presentaba como una urbe cosmopolita en ebullición. Como si desesperada despertara y se diera cuenta que la mayor parte del día se le fue. Fue curioso pasar de algo más parametrado, cuadriculado como Japón a una china un poco desordenada.

El viaje en tren, varios en realidad, fue muy interesante. Me sorprendió no sé si la amabilidad pero si la facilidad con la que los chinos bajaban sus murallas. Te dejaban acercarte, sí, te reconocían como extraño pero esa extrañeza les resultaba divertida e interesante.

Además de Shanghái, la meta era pasar por Xian y ver a los hombres de Terracota y de ahí saltarnos a Beijing, la gran muralla y conquistarla, y Suzhou también conocida como la Venecia del Oriente. Tuvimos suerte, yo lo considero suerte, el día que llegamos a Beijing fue el día de mi cumpleaños y estaba a unos minutos de cumplir el sueño anhelado. Es que la vida es eso, sueños por realizar y sueños realizados, en tu capacidad por mantenerlos y estar dispuesta a lo nuevo y desconocido. Lamentablemente el mundo es tan grande, y la vida tan corta, que hay que aprovechar cada oportunidad.

El 28 de diciembre estuvimos subiendo la Gran Muralla, decidimos recorrer los 10 km, el recorrido más largo. Fue espectacular llegar ahí porque la noche anterior había nevado ¿Te imaginas presenciar esa maravilla nevada? Las palabras se me fueron, el frío no importó. Bien abrigados decidimos tomarla y aproveche cada segundo, lo respire y lo viví. Claro, extremadamente cansada al final, pero con la sensación más grata del universo. Había tramos que literalmente eran en vertical, 90°, tramos con las paredes laterales caídas y un viento que era capaz de hacerte volar lejos: fue EL Reto.

Ese viaje a china, marco un antes y después, es como si luego de haber llegado hasta allá, todo era posible. De por sí me encanta conocer nuevos lugares, gente nueva, estar inmerso en otras realidades, ser parte de ello o al menos tratar y a partir de ahí el planear viajes a futuro estuvo a la orden del día. Si alguien me preguntara qué es lo que podría asociar yo al vivir, pues sería una mochila al hombro y las ganas de lo incierto. Es la vida misma.

De vuelta a Japón, en un abrir y cerrar de ojos me hallaba preparando un último viaje. El Sudeste asiático e India serian los elegidos. Aún sin creerlo, los trámites de visa salieron, los pasajes comprados y pronto fue momento de decir adiós. Pronto me encontraba dirigiéndome hacia Thailandia, con una amiga chilena planeamos una posible ruta, pero siempre teniendo en cuenta las diversas posibilidades y la mente siempre abierta a lo que pudiera suceder.

Trazamos nuestra ruta desde Bangkock, capital tailandesa, luego subiríamos por el norte para cruzar a la República Popular Democrática de Laos, ese cruce fue espectacular porque lo hicimos en 2 días vía el rio Mekong. Hicimos una parada en la noche en un pueblito donde la luz se cortaba a las 10 pm. Entre lluvia y barro descansamos ahí para partir a la mañana siguiente. Sobre todo Laos me gusto mucho por el paisaje, muy parecido al Perú, sobre todo la zona de la selva, algo tropical. La gente muy parecida y tambien muy amable.

Cambodia. Una vez ahí, la meta final era ir a los templos de y en efecto, ¡lo es!
De nuevo en Thai nos dirigimos a Cambodia, en donde sentí un choque muy grande, bueno el idioma sí, pero más fue el nivel de pobreza o las situaciones de pobreza que se generan en torno a una actividad productiva como el turismo. Aquí la presencia de infinidad de niños que te pedían dinero era increíble. Pero lo sentías mucho más por el contacto físico, no era pedir de lejos y extender la mano, era acercarse y tocarte tanto niños como mujeres que ofrecían servicios como masajes o que se yo en las zonas de playa.

Al llegar a los templos Ankor, una de las grandes maravillas, y sobre todo ver el amanecer en uno de ellos, nos volvió a animar y sí que lo hizo. Luego partimos con dirección a la capital Phnonpen y lo que más me llamó la atención fue el pasado histórico, que no es tan pasado. La época de Khramer Rouge, de conflicto armado, fue una época donde toda la población fue reubicada al campo y al cultivo de arroz. Quizá ese fue uno de los momentos donde me sentí impotente de nuevo y piensas en los errores que no aprendemos.

Seguimos nuestro rumbo y cruzamos a Vietnam. Lo recorrimos de sur a norte, yendo por toda la costa y haciendo paradas en determinadas ciudades. Llegamos a la capital de este país, Hanoi, en donde había todo un caos de motos, bicicletas, vendedores ¡todo! Fue intenso e interesante. Con la comida no tuve ningún problema, todo es apetecible y eso de probar lo local es parte de la experiencia, es una forma de conocer también, y es muy satisfactoria. Con el idioma, básicamente fue el inglés, aunque me sorprendió la habilidad de los vendedores de saber al menos algunas frases en varios idiomas. Ingenuas, creyendo no ser entendidas con el español más de uno nos sorprendió respondiendo las dudas que teníamos. La gente local quizá por el estar acostumbrados al turismo es muy receptiva y lo bueno es que es curiosa también, lo que te da una entrada a poder conocerlos.

El último destino de aquel viaje fue India. Un país demasiado grande para los 10 días que planeamos. Nuestro objetivo principal fue concentrarnos en el triangulo dorado: Nueva Delhi, Agra y Jaipur. En Delhi, el contacto con la gente local, la comida, la forma de ser fue muy directa. Nos trataron como en casa. La comida una exquisitez total y el reto ahí fue comer con la mano. Hasta el yogurt, todo una hazaña. A pesar de su pobreza más que evidente, es un país hermoso.

El Taj Majal, era un punto obligatorio en nuestro recorrido. Impresionante a simple vista, de cerca te deja sin aliento. Está rodeado de zona agreste en su mayoría, fuera del mausoleo es la India caótica, de colores vivos y mujeres bellas usando saris (vestimenta hindú). Me sorprendió la variedad de cosas que puedes comer sin necesariamente alimentarte de carne. También me lleno por completo los cantos de las diversas mezquitas, todos al unisonó, fue como estar sumidos dentro de estas ondas ¡Increíble! Con el idioma, no hubo problema pues a pesar de tratar de hablar en hindi ellos me respondían en inglés.

Por último, pero no menos importante en nuestro recorrido, visitamos el museo-casa de Gandhi, es todo un proyecto el que se viene realizando ahí, muy interactivo, con la participación de muchos jóvenes. Así como también la casa de Indira Gandhi, toda una familia llena de tragedias, pero que murieron luchando por ideales inquebrantables dignos de ejemplo.

Así he resumido de alguna manera toda esta travesía, según yo bien vivida. Donde reí, lloré, amé, me sorprendí, conocí distintas realidades, personas que marcaron mi vida y situaciones que ahora no paso por alto. Fue una etapa donde me di cuenta que el mundo por más complejo que fuera era el mundo donde me toco vivir y que hay que hacer algo. Y no sé si cambiada o no, pero regresé sin querer regresar, fue difícil porque de alguna manera sentía que aún no era el momento de volver a mi hogar. Es como si en el volver me hubiera perdido nuevamente y parte de mi alma no regresara del todo. Alguien me dijo que cuerpo y alma no regresan al mismo tiempo, y creo que es cierto ¿Qué más puedo decir? Soy feliz porque ahora lo tengo más claro, sé que es lo que me hace feliz y ando en eso, construyendo y confabulando para que eso suceda, hay días que cuestan más que otros, pero si no se vencen algunas batallas se vencerá la guerra al final, ¿no?

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