martes, 1 de diciembre de 2009

El Instituto Noguchi tras bambalinas

El Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado–Hideyo Noguchi” lleva 28 años trabajando, desde un 20 de mayo de 1980, en que los gobiernos de Perú y Japón suscribieron un convenio de cooperación en materia de salud mental. Una misión del país nipón llegó trayendo maquinarias, equipos y profesionales en dicha área, conformándose así, un 1 de julio de 1980, el sanatorio mental que hoy conocemos.

¿Cómo trabaja este centro y qué historias se esconden tras sus ventanas con barrotes y puertas enrejadas?

Gajes en el Área de Emergencia
Aquel podía ser un momento de placidez si no fuera por los estremecedores alaridos ininteligibles de una voz pueril, que venía del fondo del pasillo cerca al cual me encontraba. Pero, afinando un poco más el oído en esa dirección, lo que en un inicio pareció un clamor sin sentido fue cobrando significado: “¡Ahhhh…! Me quiero ir…. ¡Escucha, escúchame…! Quiero irme… ¡Qué me están haciendo! ¡Para qué me trajeron acá!”

Supuse, en ese momento, que se trataría de las consabidas estrofas que pregonan los pacientes del Pabellón de Emergencias del Instituto Noguchi, aquellas que aún mantiene en vilo, pese a sus años de trabajo, a Daisy Delgado, la encargada de recibir a los pacientes que llegan pidiendo atención.

Ella me conversaba sobre los casos más comunes que han pasado por su escritorio: depresivos, psicóticos, esquizofrénicos; hasta que le pregunto por anécdotas de su trabajo.

─¿No importa una anécdota negativa?─pregunta.

─No, no importa─le contesto.

─Yo recuerdo que una vez un paciente ingresó. Habían bastantes familiares y pacientes para atender, pero él quería que se le atienda primero. Yo le digo que espere un ratito, que en un momento lo iba a atender, pero éste quería que se le atienda de una vez. Era un paciente adicto a drogas, estaba en estado de abstinencia agudo. Entonces agarró una silla grande que teníamos ahí y la lanzó contra mí.

Las siguientes centésimas segundos de la vida de Daisy fueron decisivas, pues un audaz movimiento instintivo determinó su subsistencia ese día. Alcanzó a agacharse sintiendo pasar el mueble por el aire, a pocos centímetros de su cabeza. Luego se deslizó hacia el tópico para guarecerse, mientras que el agresor era controlado por el personal masculino.

─Si yo no hacía nada seguro que me rompía el cerebro. Con sujetos así de agresivos uno no puede confiarse. Hay que actuar rápido─comenta Daisy.

─¿Y este caso es el único en su tipo?─pregunto.

─No, hay un montón de casos─responde─. Me acuerdo del caso de un profesor que estaba así, psicótico, encerrado en Clino. Clino le decimos a un ambiente en donde el paciente está en asilamiento para preservarlo a él y a todo el personal, porque puede agredir o autoagredirse. Este señor estaba encerrado. Estaba yo de turno y teníamos que ponerle un inyectable. Vamos con el personal, abrimos la puerta del clino, el paciente estaba en su cama completamente desnudo.

Y así, Daisy relata cómo lo que empezó como un ejercicio de rutina, terminó por convertirse en un infortunado episodio de la historia del Instituto:

─Ni bien entramos, el paciente salió corriendo como una bala. Iba detrás del personal como queriendo coger a alguien. Estaba eufórico. Creo que era maniaco-depresivo, y los maniacos tienen una conducta sexual demasiado exasperada, son promiscuos, entonces pueden agredir sexualmente al personal. Menos mal que el personal masculino lo sujetó y lo metió de nuevo al clino. Se le tuvo que poner el inyectable ya sedado.

El área de clino es una habitación revestida de madera por sus cuatro paredes. El doctor es quien determina cuándo un paciente debe ser puesto en estas instalaciones, y ocasionalmente se recurre al uso de camisas de fuerza, pero sólo por una o dos horas. El Instituto Noguchi posee dos áreas de clino ubicadas al fondo del pasillo del Área de Emergencias, de donde provinieron los alaridos de hace un momento.

Estas estancias son utilizadas para internos que muestran comportamientos irascibles, pero no siempre son suficiente para contener sus pataletas. Daisy me cuenta que una vez un paciente instalado en un clino llegó a desarmar la cama y, blandiendo una de las maderas, destrozó el baño y la mampara de la luz.

Los tratamientos contra el suicidio
El punto más álgido de una enfermedad mental es cunado ésta deviene en el deceso de la persona enferma, y eso lo sabe muy bien el doctor Fredy Vásquez, el encargado del Área de Suicidio del Instituto Noguchi, quien en 16 años de trabajo ha visto pasar a miles de individuos que han intentado quitarse la vida, en su mayoría mujeres que han pasado por problemas sentimentales.

¿Cómo es el trabajo en el Área de Suicidio del Instituto Noguchi?

El fin principal es la prevención del suicidio. Lo que se hace en el Instituto es la prevención secundaria, porque la prevención primaria consiste en que las personas no lleguen a hacerse ningún daño. La secundaria, en cambio, es cuando ya se han hecho un daño y acuden a la Institución porque han ingerido un frasco con veneno, o se han hecho un corte, o han sido descolgados con vida, pero que no han resultado heridos mortalmente.

¿Y cómo es que logran evitar que la persona vuelva a intentar quitarse la vida?

Detectando primero el mal, porque generalmente las personas intentan matarse porque tienen un problema de fondo. Éste puede ser una depresión, fundamentalmente, pero también un problema de personalidad, de drogas o la suma de todas estas, que están acompañadas con un problema, como una decepción sentimental, amorosa o una enfermedad incurable. Esos son los ingredientes que acentúan el problema que está de fondo, que son las enfermedades mentales.

¿Y cómo detectan estos males en la persona?

Se les hacen entrevistas para tener información de qué es lo que están pensando y, de ese modo, saber cuál era su plan, qué querían hacer o cómo lo iban a hacer. Esto, a su vez, nos permite empezar a darles nuevas formas de solucionar sus problemas. A esto se suman el tratamiento farmacológico y el psicoterapéutico.

¿Y cómo un problema personal llega a convertirse en un problema de salud mental?

Depende. Digamos que una persona tiene una experiencia negativa, como haber perdido a su padre o madre. Ese es el punto de partida, y va ir haciéndose cada vez peor y se va ir cronificando. Ahora, ¿por qué unos reaccionan así y otros no? Es porque genéticamente hay una vulnerabilidad. Hay una teoría que se llama Meditaseis o Vulnerabilidad. Las personas vulnerables pueden terminar matándose; las otras pueden sobrellevar el problema.

¿Cómo puede verse esa vulnerabilidad en una persona?

Haciendo una buena historia sobre la forma en que una persona afronta sus problemas. Por ejemplo, digamos que una familia sufre la pérdida del padre y todos se entristecen, y vemos que uno de los miembros ya no quiere estudiar, ya no quiere hacer sus actividades, no quiere ver a sus amigos, ha dejado de comer y ya no quiere recibir visitas; mientras que los demás están bien, están haciendo sus actividades. Entonces, esta persona sí es vulnerable, y si no la ayudamos va a intentar matarse.

Estas personas tienen una visión del mundo como un túnel: no hay salida, no hay luz al fondo, no hay luces laterales, están en un callejón sin salida. Se perfilan como una carga para su familia y la sociedad.

¿Los casos de suicidio ameritan internado?

Eso depende de si hablamos del que trató de suicidarse o de los sobrevivientes, porque hay sobrevivientes de un suicidio; en este caso, los familiares y amigos. Se evalúan los riesgos y el potencial que tienen, y de acuerdo eso y la disponibilidad de camas, vemos si se interna o no, porque hay un límite. Y también se evalúa el entorno familiar. Si éste es favorable, ayuda y los miembros están comprometidos con la recuperación, no hay por qué internar.

La vida en los pabellones
Cuando el doctor determina que el caso de un paciente amerita internamiento, éste pasa a uno de los dos pabellones del Instituto −uno para hombres y otro para mujeres−, a los cuales se llega recorriendo un camino que atraviesa un extenso vergel.

Los pacientes tienen la posibilidad de recrearse en ese extenso campo en determinadas horas. Pero el día de mi visita ellos estaban dentro de las instalaciones del pabellón, movilizándose por escasos metros cuadrados que, sin embargo, les daban abasto suficiente para el paso al que iban: con una flemática y trémula marcha que parece no llevarlos a ningún lado.

El encargado de ver por la salud de los internos es Onécimo Jaramío Falcón, el delegado del Pabellón de Hombres, quien explicó en qué consiste la labor que realizan en dicha área.

¿Cómo una enfermedad mental llega alterar el aparato psicomotriz de una persona?

No es por la enfermedad. Todos los medicamentos tienen efectos secundarios. Hay medicamentos que pueden robotizar, otros que pueden producir parkinsonismo, catatonía, entre otros. Eso depende del diagnóstico de cada uno. Pero el problema no es con los pacientes, sino con los familiares. Ellos viene y reclaman: “oye, la vez pasada traje a mi hija, hijo o cónyuge, y saltaba, gritaba, rompía lunas. Ahora está inmovilizado. ¿Qué le han hecho? ¿Por qué?

¿Cómo ven que un paciente ya está listo para abandonar el pabellón?

Para comenzar, los pacientes que vienen acá han perdido algunas facultades. Han olvidado la manera de vestirse, de alimentarse, o sea todas las acciones de la vida diaria, y aquí se los reeducan. Si han venido comiendo del basural, salen comiendo como una persona normal; si han venido desarreglados o desaliñados, aquí empiezan a arreglar.

¿Y cómo llegan a restablecer la salud del paciente?

La enfermedad de un paciente psiquiátrico es de por vida. Va a morir con ese diagnóstico. Algunas veces se les engaña y se les dice que se van a curar. No es así. No hay cura, es como la diabetes, pero se puede mantener a la persona con sus medicinas.

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