viernes, 4 de diciembre de 2009

Escape al sur




El mejor picanta a la tacneña -plato típico de la ciudad- está en el restaurante 'El Patroncito' ubicado en Piedra Blanca, Km 8.5. El precio es de 15 soles.

Por Rudy Jordán

Al dejar atrás el kilómetro 1.293 de la Panamericana Sur, nueve figuras humanas se clavan en mitad de una pampa infinita. Allí también flamean las banderas de Perú y Bolivia, en un cielo celeste. Celestísimo. El Alto de la Alianza le dicen a este monumento construido en homenaje a la Batalla de Tacna, librada en 1880 durante la Guerra del Pacífico.

A la derecha, adscrito a una cruz, un poema que Jorge Basadre regaló a los miles de soldados peruanos, bolivianos y chilenos caídos en combate --sus uniformes, bayonetas y miembros, se lucen (un sol la entrada) en el museo ubicado debajo de las estatuas--. A los pies, una visión panorámica de nuestra ciudad favorita para comprar carros, y al sur los nevados de la Cordillera de los Andes.

"Tras los nevados está Chile", grita Mario Méndez, quien a sus 67 años hace de guía turístico privado. Él relata, con una mezcla de rigor histórico y melancolía, el desenlace de aquella batalla: "Para las cuatro de la tarde del 26 de mayo las tropas chilenas habían tomado ya la ciudad de Tacna".

Una hora antes, en el Centro Cívico (La Heroica no tiene Plaza de Armas, pues no tuvo fundación española), Mario me había convencido de hacer la 'ruta histórica', uno de los nueve tours que, por 35 soles la hora --previo regateo--, él ofrece desde hace 10 años a los turistas.

"El que vino a Tacna y no tomó vino, a qué vino", reza una clienta en la bodega Don Miguel. Esta tienda de la familia Ayca (apellido aimara, la ascendencia predominante entre los 300 mil pobladores de la ciudad) es quizás la más reconocida de la movida vitivinícola tacneña. Luego pasamos al restaurante El Patroncito. El "Adiós, adiós amor, adiós" (exitazo del Grupo 5) sonaba de fondo. Allí devoramos el obligado picante de huata nombre que los lugareños le dan al típico picante a la tacneña.

Después de la comilona ya no hubo plata ni tiempo para correr a los mercadillos y llenar la canasta de chocolates Toblerone, whisky etiqueta negra y chimpunes Adidas (unos patas me habían dateado que estaban regalados).

Tampoco hubo ocasión para relajarse en los baños termales, ni conocer la Casa de Zela --a quien la ciudad le debe el rótulo de La Heroica-- y menos aun para cruzar la frontera con Arica, ubicada apenas a 56 kilómetros de la ciudad.

Ya en Lima, al sacar cuentas, reparé en que todo el paseíto me había costado unos 100 soles: 65 las horas del paseo (rebajita de Mario), 15 los dos platos de picante de huata y 20 los dos litros de vino que Mario y yo bebimos en el camino. Sin embargo, sentí que ese billete celeste --en el que curiosamente posa un nostálgico Jorge Basadre en el Centro Cívico tacneño-- era un verdadero sencillo ante relatos impagables como el de Don Mario y toda una ganga ante el silencio de las tres de la tarde en el Alto de la Alianza.

"Todo le pertenece a Tacna", me dije. Yo solo fui un turista sin mucho efectivo, que se lleva la nostalgia, nueve estatuas y un amigo en la mochila.

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